Son
exactamente las 22:38 horas del lunes día 4 de enero. Tengo que
comprobarlo en mi teléfono móvil con anterioridad para poder
afirmarlo, porque verdaderamente llevo unos días en los que no sé
ni qué hora ni qué día es.
Sigo
en La Habana, concretamente en el avión. Entonces, nace en mí el
deseo imparable de escribir esta historia, una breve e intensa
historia de amor, vivida los primeros días del año.
Le
pido al azafato un bolígrafo, y como no tengo papel, se me ocurre la
idea de escribir en el reverso del plano en blanco y negro de La
Habana. El pobre papel tiene las dobleces extremadamente marcadas y
está roído por el uso en las caminatas turísticas.
El
piloto nos indica el recorrido que tomará el avión. Yo miro hacia
la ventanilla. Sigue lloviendo, como si la meteorología se pusiese
de acuerdo con mis emociones. Hacía mucho tiempo que no sentía de
esa manera, que no me sentía tan viva. Eso me agradaba, pero a la
vez me asustaba.
Ya
vamos a despegar y algo me dice que no es real, que parece mentira
que después de catorce días en Cuba, tenga que regresar a Galicia y
volver a mi rutina: a la escuela, a las clases de portugués, a
canto, a coro… Me siento tan vacía, como si dejase parte de mí en
esta ciudad, y de hecho la dejaba. Pero a la vez me siento llena, he
conocido a tanta gente admirable, tanta gente luchadora y buena…
Los echaré de menos a todos, pero en especial a uno de ellos: Brian.
Día
1
Era
Año Nuevo, me había despertado cansada, había dormido pocas horas
y la juerga de Fin de Año hacía mella en mí, pero no me importaba,
quería seguir conociendo la maravillosa ciudad de La Habana.
Mi
compañero de viaje, Eduardo, decidió quedarse en el alojamiento
después de haber desayunado. Tenía “mejores planes” con la hija
de la hostelera.
Después
de desayunar, me dirigí con Daniel, al que llamábamos “Paquito”,
hacia el centro.
“Paquito”
tenía treinta y pocos años, si mal no recuerdo, pero parecía mucho
más mayor. La vida de campesino se apreciaba en las marcadas arrugas
de su cara y en su tez morena. Llevaba siempre un sombrero de paja de
ala ancha, lo cual, unido a la falta de algunos de sus dientes, le
daba aspecto de “Paquito”, como le llamábamos Edu y Yo. Su modo
de vida era el trato con los turistas, él les ayudaba a ir de aquí
para allá, ahorrando la mayor cantidad de dinero posible, a cambio
de la voluntad. No se quedaba con comisiones, presumía de no ser
jinetero. Decía, que Dios lo veía todo y se enorgullecía de ser
buena persona. Y de hecho, lo era.
Mi
idea era visitar el Mercado de Artesanía, un viejo almacén
portuario que se remodeló con el fin de reunir allí a todos los
artesanos de la ciudad, que antiguamente vendían sus obras en los
alrededores de la Catedral, así como dar un impulso a la bahía
habanera. Ya me habían hablado de él y por lo visto era inmenso,
nada más lejos de la realidad.
Daniel
me dejó en la puerta y acordamos volver a vernos en dos horas. Me
pareció excesivo tiempo, así que le dije que una hora más o menos
estaría bien. Tampoco quería comprar nada, sólo echar un vistazo.
Inicié
mi paseo entre los puestos de artesanía, todos tenían objetos
similares: estilizadas esculturas de madera, prendas textiles y
bordados en blanco, orfebrería, adornos y joyas con caracolas,
artículos afrocubanos, artesanía con cuero, sombreros…
Todos
los comerciantes me saludaban amablemente y me invitaban a entrar en
su pequeño local. Al principio iba respondiendo a cada uno, por
educación. Al poco tiempo, los saludos fueron escaseando, hasta que
finalmente abandoné la tarea. Era inevitable que te detuviesen con
la intención de vender y perder en cada puesto unos cinco o diez
minutos…
Me
decidí entonces por la pintura, había muchos lienzos y muy buenos,
desde mi ignorancia. Los puestos de pintura se situaban en los
extremos del mercado. Muchos cuadros eran repetidos, como simples
suvenires. Reflejaban las “máquinas” de la ciudad, o sea, los
coches viejos,o bien, delante de La Bodeguita del Medio, o bien,
delante del Capitolio. Las pinturas del Che también eran muy
recurrentes. Sin embargo, había gran variedad de cuadros y estilos
pictóricos.
Paseé
por cada uno de los puestos, deteniéndome, observando las pinturas y
preguntando sus precios. Quizás no con intención de comprar, sino
sólo por curiosidad.
Se
acercaba el final de mi recorrido. Después de divagar en cuanto a la
compra o no de un cuadro estilo naif muy infantil u otro de gatos,
puesto que soy fanática de los gatos, llegué al último puesto de
la Feria. Entonces fue cuando lo vi. Estaba sentado en una banqueta
mientras sonreía. La sola imagen de su sonrisa me dejó sin aliento.
“¿Y
esas ropas?”
No
parece cubano.”-pensé.
Brian
era un chico muy alto, con una estructura esbelta, muy delgado, pero
a su vez fuerte. La camiseta que llevaba dejaba entrever unos bíceps
estrechos pero resultones. Su pelo moreno formaba un tupé en la
parte superior de su cabeza, y en los lados se reducía, terminando
en dos patillas estrechas que bordeaban su cara angulosa y de
facciones marcadas. Tenía una escasa barba y un bigote ralo pero
bien recortado. En sus orejas resaltaban unas dilataciones plateadas
no muy grandes, y en su griega nariz, un piercing de aro que, a mi
entender, le daba un aire muy sexy. Bueno, para que engañarnos, el
paquete completo me resultaba tentador…
Me
dirigí a observar sus lienzos, pintura abstracta. Los colores se
repetían, el azul y el amarillo especialmente. La técnica se
asemejaba a la de Pollock, el goteo y el uso de la espátula era lo
que podía detectar desde la sencillez de mi conocimiento en la
materia.
Al
poco rato, él estaba de pie a mi lado preguntándome por sus
cuadros.
¿Te
gustan?
Sí,
son abstractos, ¿no?, en ellos se puede ver o interpretar variedad
de elementos.
¿Utilizaste
espátula? –dije, por eso de hacerme la enterada en el asunto-.
Sí
claro, espátula y brocha. La idea es jugar con las tonalidades
aportando brillo y también profundidad. Y ya cada uno es libre de
descubrir lo que quiera. Cuando pinto, me dejo llevar por el
momento. Nunca es igual. Nunca un cuadro se parece a otro.
Claro,
supongo que repetir exactamente el mismo dibujo sería imposible,
¿no?
Eso
es.
Al
principio, me costaba bastante mirarle a los ojos, eran preciosos,
muy grandes y oscuros. Tenía que elevar mi cabeza para poder mirarle
bien debido a su altura, y con todas esas “dificultades” la
conversación continuaba de tal manera que sólo dirigíamos la
mirada hacia los cuadros, y de vez en cuando, no sin cierta timidez,
hacia nosotros.
Brian
vestía con un estilo un tanto moderno, podríamos decir que
diferente, ya que hasta ese instante, no había visto a nadie con
esas ropas en toda Cuba. Los cubanos que había conocido, o bien
llevaban ropas cómodas, como camisetas o shorts, o bien vestían
como cantantes de reggaetón. Por el contrario, Brian llevaba una
camiseta blanca con un dibujo en medio, unos pantalones beige y unas
botas marrones como de ante, por donde sobresalían unos calcetines
del mismo color. Tenía un tatuaje que se veía por debajo de la
manga de su camiseta, un ancla grande muy colorida.
Pero…
¿eres cubano? –de dije.
¡Claro!
¿Por qué lo preguntas?
Pues,
no sé, la verdad tienes aspecto de europeo, con esas ropas y ese
estilismo. Es el primer cubano que veo así.
¿Y
tú eres española, verdad?
Sí,
gallega, concretamente.
Yo
tengo familia que vive en Sevilla.
¡Anda!
Aunque
a simple vista no parecía cubano, su acento le delataba, y a su vez,
enamoraba.
La
pintura pronto quedó relegada a un segundo plano con el fin de
conocernos más. Brian
cogió un cigarrillo de su bolsillo. Mientras
hablaba, yo intentaba sacar otro: un cigarrillo que me había sobrado
de la noche anterior, guardado en una cajetilla bastante doblada y
media rota. Quería acompañarle.
¿Fumas
cigarrillos de menta?
¡Qué
va! – me reía. Es que anoche me confundí al comprarlo. Bueno,
realmente se confundió “Paquito”, fue él quien me lo compró.
¿Quieres
uno de los míos? Son un poco fuertes, te aviso.
No,
gracias.
Le
expliqué quién era mi acompañante, “Paquito”, le conté que
era como mi padre cubano, porque la verdad es que me trataba como
tal. Ya no porque me hubiese afirmado la noche anterior, con unos
cuantos tragos de ron de más, mientras ponía su brazo por encima de
mi cuello, que era como su hija; sino porque sus comportamientos
demostraban que me apreciaba.
Brian
seguía sonriendo y mirándome.
Toma,
si te gusta…
¿Qué
es eso?
Un
cigarrillo de vainilla
¿Pero
es electrónico, verdad?
Sí,
eso creo, me lo regalaron el otro día.
A
ver… Pues está bueno.
Siéntate
si quieres.
No,
estoy bien, no te preocupes.
Brian
encendió mi cigarrillo de menta con su mechero y pasamos a hablar de
nosotros. Le conté que era maestra, que trabajaba con niños de
primero de Primaria, que tenía una clase de diecisiete alumnos y que
me encantaba mi trabajo, pero que también me gustaba cantar.
Él
me escuchaba embelesado, sus ojos le delataban. Y yo me sentía tan a
gusto con él…
Oye,
me encantan tus tatuajes, ¿Dónde te los has hecho? –me preguntó
con curiosidad.
¡Ah!
Gracias. Este búho me lo hice en Milán, es el último que me he
hecho. Las magdalenas me las hice en Vigo, una ciudad cercana a
donde yo vivo, y el del pie fue el primero. El del pie lo hice por
aprobar las oposiciones de maestra. Bueno, en realidad todos mis
tatuajes tienen un significado.
Y
tú tienes un ancla, por lo que veo…
Sí,
y tengo más. Mira. Estos tatuajes que tengo en mi pierna me los he
hecho yo.
¿En
serio? Pues ya hay que “tener huevos” para hacértelos tú. Uf…
¡Debió doler bastante!
¡Desde
luego!
Ahora
estoy haciéndome uno de un trébol. Lo empecé hace unos días.
Ocupará todo el costado. Es por una apuesta.
¿Una
apuesta?
Sí,
cosas que pasan…
También
tatúo.
¿En
serio?
Sí,
si quieres te puedo hacer algo…
En
el devenir de la conversación, apareció “Paquito”. Me reclamaba
para ir a buscar a Edu al alojamiento. ¡Qué
oportuno, este Paquito! Desde
luego que no tenía intención alguna de irme de allí. Además,
sabía llegar perfectamente y sin ayuda a la casa. Así que le dije
directamente que se fuera sin mí y que nos encontraríamos más
tarde en la cafetería del Hotel Inglaterra. Imagino que Paquito
detectó al instante el interés que tenía hacia Brian. No era muy
difícil averiguarlo.
¿Esperas
aquí un momento? – me dijo Brian. Voy a buscar un café, ¿quieres
uno?
No,
gracias. Ya he desayunado.
Mientras
tanto, esperé mirando sus cuadros… La espera no fue muy larga, al
rato ya estaba allí con su café con leche.
El
café estaba muy dulce, excesivamente dulce, tan dulce como lo era
él.
Salimos
por una puerta que comunicaba su puesto con el paseo de la bahía y
nos sentamos en la balaustrada. Brian hizo el amago de ayudarme a
subir. El solo hecho de imaginar cómo sería sentir sus manos en mi
cintura me cortaba la respiración. Pero yo me apresuré y me senté
sin ayuda, y ni siquiera llegó a tocarme, una lástima…
Las
horas pasaban, no sabía si era mediodía o más tarde, el sol
calentaba horrores, pero no sentía calor, no sentía hambre, ni
sueño, ya no sabía si estaba en Cuba, en España o en China. Era
como si solo estuviésemos él, yo y la balaustrada. Sentía que no
quería irme de allí, no quería que se terminase la conversación.
Pero tampoco deseaba molestarle, sabía que estaba trabajando y
preferí no interrumpirle por más tiempo. Habían pasado tres o
cuatro horas desde mi llegada con “Paquito” a la feria…
Bueno,
entonces me voy a ir –dije.
Eh…
pero podíamos vernos por la noche, ¿te parece? –me dijo con
cierta timidez.
¡Claro!
–respondí de inmediato.
Pues
yo siempre voy a un local que se llama Siacará, está justo detrás
del Capitolio. Espera…
Fue
adentro y cogió una agenda, arrancó una de sus hojas a rayas lilas,
y me dibujó un plano sencillo de dónde estaba situado el local.
No
recuerdo muy bien cómo fue la despedida, no sé si nos dimos un beso
en una mejilla, como es la costumbre cubana, o no. Lo que sé es que
me fui rápidamente a tomar una guagua para el alojamiento con idea
de cambiarme y ponerme lo más guapa posible para él. Estaba
deseando que llegase la noche y volver a verle.
...
No
puedo escribir más, el sueño se apodera de mí en este transcurso
del viaje. Creo que hace una hora más o menos que dejamos La Habana.
No sé si ponerme los auriculares y escuchar música. Lo intento,
pero me es imposible. Caigo redonda en un descanso profundo… Al
despertar, retomaré con más fuerza…