sábado, 23 de abril de 2016

Se eu fosse homem

Eu não gostaria nada de ser homem, ou pelo menos desse perfil de homem muito másculo e viril que a sociedade impõe.

Ter um corpo forte, ser corajososo, ter habilidade para os desportos, evitar expressar os meus sentimentos, ter de me deitar com quanta rapariga há como se se tratasse duma competição, seria muito cansativo...

Bom, para aqueles homens que harmonizam com esse estereótipo e que apresentam todas as características próprias do perfil, a vida seria máis fácil. Dizem que quem vive na ignorância, vive mais feliz, não é?

No entanto, que passa quando um homem não cumpre com todos os requisitos?

Existem muitos homens frustrados, que lutam por chegar a ser macharrões, mas não conseguem!

Se fosse um homem que não gostasse de fútebol, seria a burla dos meus amigos homens, o que se acrescentaria caso simpatiçasse com a dança, o pilates ou a patinagem. E desse jeito, qual seria o meu plano para os domingos enquanto todos os meus amigos homens estivessem a ver o jogo no bar?

Se o meu corpo fosse muito magro e fraco, além de inábil para os desportos, fariam troça de mim, dizendo que sou mesmo um mariquinhas.

Se fosse também um homem feio, e por cima falto de atitude  no engate, possivelmente atrassaria as minhas experiências sexuais até os vinte e tal, sendo também objeto de escárnio na minha manada de colegas. A minha autoestima reduziria-se até o rés do chão, assim como as minhas faculdades de procriação.

Alem disso, teria também de me monstrar sempre duro e valentão. E que passa se eu sou um homem que não gosta de arriscar a minha vida a conduzir um carro por cima dos 110 qm/h?

Se tivesse mala sorte de nascer homem, mostrar os meus sentimentos ou as minhas emoções seria um ato de fraqueza. Não poderia expressar medo, tristeza, dor, ou mesmo chorar diante dos meus amigos e familiares homens.

E quem é capaz de viver assim?


Eu, na verdade, não.

luns, 11 de abril de 2016

Brian


Son exactamente las 22:38 horas del lunes día 4 de enero. Tengo que comprobarlo en mi teléfono móvil con anterioridad para poder afirmarlo, porque verdaderamente llevo unos días en los que no sé ni qué hora ni qué día es.

Sigo en La Habana, concretamente en el avión. Entonces, nace en mí el deseo imparable de escribir esta historia, una breve e intensa historia de amor, vivida los primeros días del año.

Le pido al azafato un bolígrafo, y como no tengo papel, se me ocurre la idea de escribir en el reverso del plano en blanco y negro de La Habana. El pobre papel tiene las dobleces extremadamente marcadas y está roído por el uso en las caminatas turísticas.

El piloto nos indica el recorrido que tomará el avión. Yo miro hacia la ventanilla. Sigue lloviendo, como si la meteorología se pusiese de acuerdo con mis emociones. Hacía mucho tiempo que no sentía de esa manera, que no me sentía tan viva. Eso me agradaba, pero a la vez me asustaba.


Ya vamos a despegar y algo me dice que no es real, que parece mentira que después de catorce días en Cuba, tenga que regresar a Galicia y volver a mi rutina: a la escuela, a las clases de portugués, a canto, a coro… Me siento tan vacía, como si dejase parte de mí en esta ciudad, y de hecho la dejaba. Pero a la vez me siento llena, he conocido a tanta gente admirable, tanta gente luchadora y buena… Los echaré de menos a todos, pero en especial a uno de ellos: Brian.

Día 1
Era Año Nuevo, me había despertado cansada, había dormido pocas horas y la juerga de Fin de Año hacía mella en mí, pero no me importaba, quería seguir conociendo la maravillosa ciudad de La Habana.

Mi compañero de viaje, Eduardo, decidió quedarse en el alojamiento después de haber desayunado. Tenía “mejores planes” con la hija de la hostelera.

Después de desayunar, me dirigí con Daniel, al que llamábamos “Paquito”, hacia el centro.

Paquito” tenía treinta y pocos años, si mal no recuerdo, pero parecía mucho más mayor. La vida de campesino se apreciaba en las marcadas arrugas de su cara y en su tez morena. Llevaba siempre un sombrero de paja de ala ancha, lo cual, unido a la falta de algunos de sus dientes, le daba aspecto de “Paquito”, como le llamábamos Edu y Yo. Su modo de vida era el trato con los turistas, él les ayudaba a ir de aquí para allá, ahorrando la mayor cantidad de dinero posible, a cambio de la voluntad. No se quedaba con comisiones, presumía de no ser jinetero. Decía, que Dios lo veía todo y se enorgullecía de ser buena persona. Y de hecho, lo era.

Mi idea era visitar el Mercado de Artesanía, un viejo almacén portuario que se remodeló con el fin de reunir allí a todos los artesanos de la ciudad, que antiguamente vendían sus obras en los alrededores de la Catedral, así como dar un impulso a la bahía habanera. Ya me habían hablado de él y por lo visto era inmenso, nada más lejos de la realidad.

Daniel me dejó en la puerta y acordamos volver a vernos en dos horas. Me pareció excesivo tiempo, así que le dije que una hora más o menos estaría bien. Tampoco quería comprar nada, sólo echar un vistazo.

Inicié mi paseo entre los puestos de artesanía, todos tenían objetos similares: estilizadas esculturas de madera, prendas textiles y bordados en blanco, orfebrería, adornos y joyas con caracolas, artículos afrocubanos, artesanía con cuero, sombreros…

Todos los comerciantes me saludaban amablemente y me invitaban a entrar en su pequeño local. Al principio iba respondiendo a cada uno, por educación. Al poco tiempo, los saludos fueron escaseando, hasta que finalmente abandoné la tarea. Era inevitable que te detuviesen con la intención de vender y perder en cada puesto unos cinco o diez minutos…

Me decidí entonces por la pintura, había muchos lienzos y muy buenos, desde mi ignorancia. Los puestos de pintura se situaban en los extremos del mercado. Muchos cuadros eran repetidos, como simples suvenires. Reflejaban las “máquinas” de la ciudad, o sea, los coches viejos,o bien, delante de La Bodeguita del Medio, o bien, delante del Capitolio. Las pinturas del Che también eran muy recurrentes. Sin embargo, había gran variedad de cuadros y estilos pictóricos.

Paseé por cada uno de los puestos, deteniéndome, observando las pinturas y preguntando sus precios. Quizás no con intención de comprar, sino sólo por curiosidad.

Se acercaba el final de mi recorrido. Después de divagar en cuanto a la compra o no de un cuadro estilo naif muy infantil u otro de gatos, puesto que soy fanática de los gatos, llegué al último puesto de la Feria. Entonces fue cuando lo vi. Estaba sentado en una banqueta mientras sonreía. La sola imagen de su sonrisa me dejó sin aliento. “¿Y esas ropas?No parece cubano.”-pensé.

Brian era un chico muy alto, con una estructura esbelta, muy delgado, pero a su vez fuerte. La camiseta que llevaba dejaba entrever unos bíceps estrechos pero resultones. Su pelo moreno formaba un tupé en la parte superior de su cabeza, y en los lados se reducía, terminando en dos patillas estrechas que bordeaban su cara angulosa y de facciones marcadas. Tenía una escasa barba y un bigote ralo pero bien recortado. En sus orejas resaltaban unas dilataciones plateadas no muy grandes, y en su griega nariz, un piercing de aro que, a mi entender, le daba un aire muy sexy. Bueno, para que engañarnos, el paquete completo me resultaba tentador…
Me dirigí a observar sus lienzos, pintura abstracta. Los colores se repetían, el azul y el amarillo especialmente. La técnica se asemejaba a la de Pollock, el goteo y el uso de la espátula era lo que podía detectar desde la sencillez de mi conocimiento en la materia.

Al poco rato, él estaba de pie a mi lado preguntándome por sus cuadros.
  • ¿Te gustan?
  • Sí, son abstractos, ¿no?, en ellos se puede ver o interpretar variedad de elementos.
  • ¿Utilizaste espátula? –dije, por eso de hacerme la enterada en el asunto-.
  • Sí claro, espátula y brocha. La idea es jugar con las tonalidades aportando brillo y también profundidad. Y ya cada uno es libre de descubrir lo que quiera. Cuando pinto, me dejo llevar por el momento. Nunca es igual. Nunca un cuadro se parece a otro.
  • Claro, supongo que repetir exactamente el mismo dibujo sería imposible, ¿no?
  • Eso es.
Al principio, me costaba bastante mirarle a los ojos, eran preciosos, muy grandes y oscuros. Tenía que elevar mi cabeza para poder mirarle bien debido a su altura, y con todas esas “dificultades” la conversación continuaba de tal manera que sólo dirigíamos la mirada hacia los cuadros, y de vez en cuando, no sin cierta timidez, hacia nosotros.

Brian vestía con un estilo un tanto moderno, podríamos decir que diferente, ya que hasta ese instante, no había visto a nadie con esas ropas en toda Cuba. Los cubanos que había conocido, o bien llevaban ropas cómodas, como camisetas o shorts, o bien vestían como cantantes de reggaetón. Por el contrario, Brian llevaba una camiseta blanca con un dibujo en medio, unos pantalones beige y unas botas marrones como de ante, por donde sobresalían unos calcetines del mismo color. Tenía un tatuaje que se veía por debajo de la manga de su camiseta, un ancla grande muy colorida.
  • Pero… ¿eres cubano? –de dije.
  • ¡Claro! ¿Por qué lo preguntas?
  • Pues, no sé, la verdad tienes aspecto de europeo, con esas ropas y ese estilismo. Es el primer cubano que veo así.
  • ¿Y tú eres española, verdad?
  • Sí, gallega, concretamente.
  • Yo tengo familia que vive en Sevilla.
  • ¡Anda!
Aunque a simple vista no parecía cubano, su acento le delataba, y a su vez, enamoraba. 

La pintura pronto quedó relegada a un segundo plano con el fin de conocernos más. Brian cogió un cigarrillo de su bolsillo. Mientras hablaba, yo intentaba sacar otro: un cigarrillo que me había sobrado de la noche anterior, guardado en una cajetilla bastante doblada y media rota. Quería acompañarle.
  • ¿Fumas cigarrillos de menta?
  • ¡Qué va! – me reía. Es que anoche me confundí al comprarlo. Bueno, realmente se confundió “Paquito”, fue él quien me lo compró.
  • ¿Quieres uno de los míos? Son un poco fuertes, te aviso.
  • No, gracias.
Le expliqué quién era mi acompañante, “Paquito”, le conté que era como mi padre cubano, porque la verdad es que me trataba como tal. Ya no porque me hubiese afirmado la noche anterior, con unos cuantos tragos de ron de más, mientras ponía su brazo por encima de mi cuello, que era como su hija; sino porque sus comportamientos demostraban que me apreciaba.
Brian seguía sonriendo y mirándome.
  • Toma, si te gusta…
  • ¿Qué es eso?
  • Un cigarrillo de vainilla
  • ¿Pero es electrónico, verdad?
  • Sí, eso creo, me lo regalaron el otro día.
  • A ver… Pues está bueno.
  • Siéntate si quieres.
  • No, estoy bien, no te preocupes.
Brian encendió mi cigarrillo de menta con su mechero y pasamos a hablar de nosotros. Le conté que era maestra, que trabajaba con niños de primero de Primaria, que tenía una clase de diecisiete alumnos y que me encantaba mi trabajo, pero que también me gustaba cantar.
Él me escuchaba embelesado, sus ojos le delataban. Y yo me sentía tan a gusto con él…
  • Oye, me encantan tus tatuajes, ¿Dónde te los has hecho? –me preguntó con curiosidad.
  • ¡Ah! Gracias. Este búho me lo hice en Milán, es el último que me he hecho. Las magdalenas me las hice en Vigo, una ciudad cercana a donde yo vivo, y el del pie fue el primero. El del pie lo hice por aprobar las oposiciones de maestra. Bueno, en realidad todos mis tatuajes tienen un significado.
  • Y tú tienes un ancla, por lo que veo…
  • Sí, y tengo más. Mira. Estos tatuajes que tengo en mi pierna me los he hecho yo.
  • ¿En serio? Pues ya hay que “tener huevos” para hacértelos tú. Uf… ¡Debió doler bastante!
  • ¡Desde luego!
  • Ahora estoy haciéndome uno de un trébol. Lo empecé hace unos días. Ocupará todo el costado. Es por una apuesta.
  • ¿Una apuesta?
  • Sí, cosas que pasan…
  • También tatúo.
  • ¿En serio?
  • Sí, si quieres te puedo hacer algo…
En el devenir de la conversación, apareció “Paquito”. Me reclamaba para ir a buscar a Edu al alojamiento. ¡Qué oportuno, este Paquito! Desde luego que no tenía intención alguna de irme de allí. Además, sabía llegar perfectamente y sin ayuda a la casa. Así que le dije directamente que se fuera sin mí y que nos encontraríamos más tarde en la cafetería del Hotel Inglaterra. Imagino que Paquito detectó al instante el interés que tenía hacia Brian. No era muy difícil averiguarlo.
  • ¿Ves? ¿Qué te dije? Es como mi padre –le decía entre carcajadas.
  • ¿Esperas aquí un momento? – me dijo Brian. Voy a buscar un café, ¿quieres uno?
  • No, gracias. Ya he desayunado.
Mientras tanto, esperé mirando sus cuadros… La espera no fue muy larga, al rato ya estaba allí con su café con leche.
  • ¿Quieres probarlo? Te aviso que está demasiado dulce, creo que me pasé con el azúcar.
El café estaba muy dulce, excesivamente dulce, tan dulce como lo era él.
  • Vente, salgamos –me dijo.
Salimos por una puerta que comunicaba su puesto con el paseo de la bahía y nos sentamos en la balaustrada. Brian hizo el amago de ayudarme a subir. El solo hecho de imaginar cómo sería sentir sus manos en mi cintura me cortaba la respiración. Pero yo me apresuré y me senté sin ayuda, y ni siquiera llegó a tocarme, una lástima…
Las horas pasaban, no sabía si era mediodía o más tarde, el sol calentaba horrores, pero no sentía calor, no sentía hambre, ni sueño, ya no sabía si estaba en Cuba, en España o en China. Era como si solo estuviésemos él, yo y la balaustrada. Sentía que no quería irme de allí, no quería que se terminase la conversación. Pero tampoco deseaba molestarle, sabía que estaba trabajando y preferí no interrumpirle por más tiempo. Habían pasado tres o cuatro horas desde mi llegada con “Paquito” a la feria…
  • Bueno, entonces me voy a ir –dije.
  • Eh… pero podíamos vernos por la noche, ¿te parece? –me dijo con cierta timidez.
  • ¡Claro! –respondí de inmediato.
  • Pues yo siempre voy a un local que se llama Siacará, está justo detrás del Capitolio. Espera…
Fue adentro y cogió una agenda, arrancó una de sus hojas a rayas lilas, y me dibujó un plano sencillo de dónde estaba situado el local.
  • Genial, pues allí nos vemos… ¿a las seis?- pregunté algo insegura por si me había excedido con la prontitud de la hora.
  • ¡Ok!
No recuerdo muy bien cómo fue la despedida, no sé si nos dimos un beso en una mejilla, como es la costumbre cubana, o no. Lo que sé es que me fui rápidamente a tomar una guagua para el alojamiento con idea de cambiarme y ponerme lo más guapa posible para él. Estaba deseando que llegase la noche y volver a verle.

...

No puedo escribir más, el sueño se apodera de mí en este transcurso del viaje. Creo que hace una hora más o menos que dejamos La Habana. No sé si ponerme los auriculares y escuchar música. Lo intento, pero me es imposible. Caigo redonda en un descanso profundo… Al despertar, retomaré con más fuerza…


Simplezas

Parece mentira que o céu seja tão largo
e que as gotas da chuva alimentem o mar,
que a floresta se estenda na fundura da terra
e que a vida floresça com a luz e o ar.

E é neste contexto de grandes dimensões,
que por vezes perco o tempo em questões irrelevantes.
Quantas coisas da minha existência me restam por fazer
e que pequena me sinto neste mundo tão grande.

E além de que a realidade se vire sintética,
que o decorrer dos factos me desvirtuem
e o tempo domine as minhas decisões,
eu sigo a me fascinar com o percurso das nuvens.

Continuo a me hipnotizar como o vento que corre,
embora esta infraestrutura se volte complexa,
mesmo que a guloseima da alma seja a última da fila
e faça que as minhas energias se desvaneçam.

São essas simplezas que permanecem na ausência,
que ficam invisíveis aos olhos da rotina,
as que ambiciono conservar com essência pura
no fluir escorregadio desta cansativa trilha.




domingo, 28 de febreiro de 2016

Mujer de familia

Absorta en sus pensamientos
mientras plancha una camisa,
acecha un nuevo recuerdo
a cada arruga que alisa.
Invadida por sus miedos
y enclaustrada en su buhardilla,
revive como un sueño
la libertad de una niña.
Anclada en el pasado
e inmersa en su rutina,
como un pájaro enjaulado
pasa día tras día.
Esclava de un tiempo nuevo,
sumisa de corazón,
presa de su destino,
esposa por convicción.



domingo, 24 de xaneiro de 2016

Paixón polas mates

Que es?

Unha integral que divide a miña alma en dous.
Unha multiplicación que suma unha e mil veces a ilusión.
Unha derivada que te desvía por un camiño incerto.
Unha resta que deixa o meu interior ao descuberto.
Un límite máis aló dos infinitos desexos
Unha raíz que cadra á perfección da miña idea
Un problema que deixa espida a miña vulnerabilidade


Un resultado acadado dunha operación incalculable.